lunes, 6 de agosto de 2007

Un Día Como Hoy:Batalla

Tres años después de la declaración de la independencia del Perú por San Martín, y dos después de la conferencia de Guayaquil, hacia 1824 las fuerzas realistas españolas aún mantenían bajo su ocupación la sierra central y sur del país; Simón Bolívar se dirigió con sus llaneros hacia ellas con el fin de enfrentarse al veterano ejército comandado por el general José de Canterac. El 6 de agosto ambas fuerzas se encontraron en la pampa de Junín, al sur del lago de este nombre y al noroeste del valle de Jauja, en las tierras altas cercanas a Lima. Hubo, sin embargo, interés por ambos lados en no iniciar el ataque de inmediato. Bolívar quería ganar tiempo para que llegara su infantería retrasada, al mando de Sucre. Canterac, por su parte, quería salvar a su infantería adelantada. Por eso el enfrentamiento, que se dio finalmente alrededor de las tres de la tarde, fue un encuentro de caballería: la patriota que era la vanguardia de Bolívar y la realista que era la retaguardia de Canterac

A pesar de ser poco más que una escaramuza, la batalla de Junín del 6 de agosto de 1824 levantó la moral del ejército patriota, elemento decisivo, como oportunamente veremos, en la siguiente batalla de Ayacucho. El general Sucre, que marchaba al frente de la infantería, cuando llegó al campo de Junín escuchó los gritos de alegría por el triunfo.

El choque fue feroz. No se oyó un solo disparo, ya que la batalla de Junín se libró enteramente a punta de sables y bayonetas, y las lanzas de los llaneros venezolanos, que también brillaron en los Andes peruanos. El terrible combate al arma blanca duró tres cuartos de hora; no se disparó ni un solo tiro, pero se esgrimió sin pausa el sable y la lanza. Con esta última, los jinetes de ambos bandos eran realmente temibles. De una embestida con lanza de punta "acorazonada", los jinetes eran desmontados con gran facilidad, quedando al vencedor el trabajo de retirar la punta firmemente enclavada entre las costillas del vencido. Todos combatían sin cesar, patriotas y realistas se embestían con denuedo, pero la veterana caballería de Canterac comenzó a cobrar ventaja y las fuerzas de Bolívar dieron en retroceder. El Libertador, vislumbrando su derrota, tomó las precauciones para iniciar una prudente y ordenada retirada.
Pero estando así las cosas, el mayor peruano Andrés Rázuri fingió haber recibido una orden de Bolívar para que el escuadrón Húsares del Perú atacase a Canterac; Isidoro Suárez, el valiente militar argentino que lo comandaba (que resultaría bisabuelo materno de Jorge Luis Borges), creyó la falsa orden y, sin pensarlo dos veces, se lanzó al ataque. Los realistas, que no esperaban la embestida, se desconcertaron, pero como los Húsares del Perú seguían avanzando y alanceando, no tuvieron más remedio que retroceder. Al ver esto las demás fuerzas patriotas recobraron la moral perdida y volviendo los pechos al enemigo lo empezaron a perseguir. Canterac, tan desmoralizado como sus jinetes, se batió en franca retirada en dirección al sur.

Al terminar la batalla, acaso ignorando la desobediencia de Rázuri, el Libertador felicitó públicamente a los Húsares del Perú y, por haber alcanzado la victoria en esa pampa, hizo que de allí en adelante se llamaran Húsares de Junín, nombre que hasta hoy conserva ese glorioso regimiento peruano।
Hecho el recuento de las bajas, se sacó en claro que los realistas habían huido dejando sobre el campo 250 muertos y 83 prisioneros; los patriotas, a su vez, tenían sólo 45 muertos y 99 heridos. Acaso el más castigado de estos últimos había sido el general argentino Mariano Necochea (oficial desde antes de San Lorenzo del Regimiento de Granaderos a caballo de San Martín), pues siete heridas sangrantes parecían otras tantas condecoraciones a su arrojo.

A pesar de ser poco más que una escaramuza, la batalla de Junín del 6 de agosto de 1824 levantó la moral del ejército patriota, elemento decisivo, como oportunamente veremos, en la siguiente batalla de Ayacucho. El general Sucre, que marchaba al frente de la infantería, cuando llegó al campo de Junín escuchó los gritos de alegría por el triunfo.

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